Ni el calor excepcional que ha aplastado Melbourne durante todo el torneo en Australia. Ni la llaga en su mano izquierda, la mejor de sus dos manos buenas, que lo ha martirizado partido tras partido. Cuando Rafa cierra los ojos y todo alrededor se apaga menos la luz amarilla de la pelota, nada puede pararlo. Si el búlgaro Dimitrov le tuvo al borde de la eliminación, las semifinales se antojaban aún más difíciles. Enfrente, nada menos que el hombre del swing perfecto, del revés perfecto… del tenis perfecto. Diecisiete Grand Slam de sueco en pista rápida. Pero lo que no sabía el bueno de Roger es que Nadal, como cualquier depredador, herido es más peligroso. No le ha dejado morder ni un solo set (7-6,6-3,6-3). Casi como un boxeador, sentándose en el rincón el tiempo justo para curar la herida y saltar de nuevo al ring, Nadal ha pasado por encima de Federer y se ha metido con su raqueta, su talento y su dolor a cuestas en su decimonovena final de Grand Slam.